Una de las verdades más tiernas que veo una y otra vez en las mujeres que asesoro es esta:
Muchos de nosotras llevamos una sensación silenciosa y persistente de no ser suficientes.
Se manifiesta de diferentes maneras: pensando demasiado, perfeccionismo, comparaciones, disculpas por ocupar espacio o subir constantemente el listón un poco más. Pero el mensaje subyacente sigue siendo el mismo:
“Una vez que sea suficiente… entonces mereceré mi propio amor”.
Nos convencemos de que la solución es llenar un vacío invisible en nuestro interior: lograr más, sanar más, aprender más, alcanzar un mínimo interno. No exigimos la perfección (somos demasiado "razonables" para eso), pero sí creemos que debemos al menos alcanzar ese umbral de "suficiencia" para ser dignas.
La tragedia es que este umbral sigue moviéndose.
Pero esto es lo que quiero que cada mujer con la que trabajo sepa, profunda e inquebrantablemente:
Ya eres suficiente. No por lo que haces, sino por quién eres.
Siempre me impacta la chispa que veo en las mujeres que me acompañan: mujeres que dudan de su valía y, sin embargo, poseen una resiliencia, intuición, inteligencia emocional y profundidad increíbles. Para mí, son mucho más que suficientes. Son extraordinarias.
Y recientemente, algo que dijo Marisa Peer puso todo esto en una perspectiva simple y hermosa.
Ella habló sobre el sentimiento de no ser suficiente y utilizó una analogía poderosa:
Imagínate una niñita que corre hacia ti llena de emoción.
Ella quiere mostrarte su voltereta.
Se lanza con deleite, con las piernas no del todo rectas, aterrizando un poco temblorosa, pero rebosante de orgullo. La miras y te llenas de amor. No porque la voltereta sea perfecta, no lo es.
Pero porque es hermosa. Valiente. Alegre. Intrépida. Orgullosa. Sin filtros. Ella misma.
No te gusta su actuación
La amas .
Y de repente se vuelve tan claro:
Así es como debemos mirarnos a nosotras mismas.
Con suavidad.
Con cariño.
Con agradecimiento por el coraje que se necesita para intentar, caer, levantarse, ser humana.
No nos paramos frente a esa niñita y le decimos:
Bueno, tu voltereta aún no es lo suficientemente buena. Vuelve cuando cumplas con el estándar mínimo.
La amamos exactamente como es: imperfecta, radiante, en crecimiento.
Imaginaos si nos ofreciéramos ese mismo amor incondicional a nosotras mismas.
Imaginemos reconocer a la niña que llevamos dentro y que hace lo mejor que puede, que aprende, que intenta, que espera aprobación y que quiere ser vista.
Imagínate decirle:
“No necesitas ganarte mi amor.
Ya lo tienes.
Eres imperfecta, hermosa y completamente suficiente”.
Éste es el corazón de la transformación.
no volverse “mejor”,
pero recordando quienes ya somos.
